Si alguna vez has pedido una pinta de Guinness en un pub irlandés, habrás notado este momento de suspense: el camarero empieza a sacar la cerveza, luego… se detiene. Deja tu vaso a un lado, medio lleno, y vuelve unos instantes después para rellenar la pinta. Mientras tanto, tienes que esperar en el mostrador… Una situación que puede sorprenderte cuando es tu primera vez… pero que se considera perfectamente normal en Irlanda. Pero, ¿por qué toda esta ceremonia? ¿Es realmente necesaria? Spoiler alert: sí, es absolutamente necesaria, ¡y he aquí por qué!
En Irlanda, la Guinness se considera casi una bebida nacional. Forma parte de la vida cotidiana de los irlandeses y es objeto de muchas tradiciones y costumbres. ¡Una de ellas es servirla! A diferencia de otras cervezas, la Guinness no se sirve de un solo trago. Tiene que seguir un proceso muy preciso de dos pasos para obtener la pinta perfecta. Es una tradición sagrada que garantiza una espuma cremosa y la mejor experiencia posible para tus papilas gustativas. Y ¡ay de quien no respete la tradición! En Irlanda te considerarán un hereje, ¡incapaz de disfrutar de lo bueno! He aquí un resumen de cómo debe servirse normalmente una Guinness(más información aquí):
Para los irlandeses, la calidad de una pinta de Guinness se mide por la frescura de la cerveza, la delicadeza de sus burbujas y la fuerza de su espuma. ¡Y cuidado con el camarero que sirva una Guinness sin respetar estos requisitos previos! A diferencia de otras cervezas que utilizan dióxido de carbono (CO2), la Guinness está enriquecida con nitrógeno. Este gas, más ligero que el CO2, es el responsable de la textura suave y aterciopelada que marca la diferencia. El nitrógeno produce una espuma más densa, casi sedosa, que se pega al vaso hasta el último sorbo. ¡Y es esta espuma la que crea toda la experiencia final de degustación!
Este ritual puede parecer frustrante para los sedientos, pero es parte integrante de la experiencia Guinness. Imagina un pastel sin glaseado o un café sin nata: sencillamente, no sería lo mismo. La espera garantiza que la cerveza se sirva tal como fue concebida, con todos sus sabores equilibrados y su inconfundible textura. En otras palabras: ¡viva la espera y viva la espuma!
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